¿Alguna vez te has sentido como una vaca, rumiando tus pensamientos una y otra vez? No te preocupes, no estás solo.
La rumia mental es más común de lo que crees y tiene más funciones de las que imaginas. Nos encontramos en medio de una reunión, en el supermercado o en la ducha, dándole vueltas a un error pasado o preocupándonos por un futuro incierto, como si esa repetición constante nos fuera a dar una solución mágica.
¿Por qué nos pasamos los días rumiando? Parece un sinsentido dedicar tanto tiempo a algo que solo nos genera malestar. Pero la rumia tiene sus razones de ser.
De acuerdo con la Asociación de Psicología Americana (de Estados Unidos), la rumia es lo siguiente:
“Obsessional thinking involving excessive, repetitive thoughts or themes that interfere with other forms of mental activity”.
Es decir, no es solamente pensar sobre un tema, sino hacerlo de manera obsesiva y, aquí está la clave, de tal forma que interfiere en otras actividades mentales.
Vamos, cuando no te concentras viendo una serie porque repasas una y otra vez en la discusión que tuviste con una amiga. Es como un disco rayado, repitiendo los mismos errores y preocupaciones sin llegar a una conclusión. Imagina que tu cerebro es un DJ atascado en la misma canción.
Curiosamente, este pensamiento en bucle es sobre cosas malas, nunca sobre ese concierto de Springsteen (o Taylor Swift) al que fuiste.
Aunque frustrante, la rumia no es simplemente un capricho. A menudo, es una forma de intentar resolver problemas o evitar errores futuros, aunque no siempre de la manera más eficaz. En el fondo, es un (mal) hábito.
Un hábito es una conducta que hacemos automáticamente en ciertas situaciones, sin pensar mucho en lo que estamos haciendo o en los resultados. A diferencia de las conductas que hacemos con un objetivo claro, los hábitos se activan por el contexto en el que nos encontramos.
Cuando aplicamos esta idea a la rumia, podemos verla como un pensamiento repetitivo que se ha vuelto un hábito. Se activa en momentos específicos, generalmente cuando estamos de mal humor, y ocurre sin que le prestemos mucha atención. A veces, tardamos en darnos cuenta de que estamos rumiando.
Entender la rumia como un hábito cambia nuestra manera de abordarla. Es necesario aprender nuevas formas de pensar para modificar este hábito. Esto también explica por qué la rumia persiste, incluso cuando sabemos que es dañina.
La función de la rumia
La maldita rumia está ahí por una razón: es una forma de aprendizaje y adaptación. Nuestro cerebro, incluso cuando nos fastidia con pensamientos repetitivos, está intentando protegernos y ayudarnos a sobrevivir.
Si seguimos rumiando, es porque nos alivia la incertidumbre y las ansiedades a corto plazo. Este alivio temporal actúa como una recompensa que refuerza la conducta de rumiar. La rumia nos da una falsa sensación de control, haciéndonos sentir preparados para enfrentar la incertidumbre.
Imagina que tienes que hacer una exposición en público y solo la idea te provoca una ansiedad tremenda. Tus manos sudan, tu corazón late más rápido y te sientes como si enfrentaras un juicio. En lugar de enfrentarte a esta situación, decides fingir estar enfermo. Llamas al trabajo, pones tu mejor voz de "me estoy muriendo" y, ¡estás libre! El nudo en tu estómago se disuelve y puedes relajarte.
A corto plazo, te sientes aliviado. Pero, ¿qué pasa a largo plazo?
Sigues en una dinámica evitativa. Cada vez que enfrentas la posibilidad de hablar en público, huyes. Este patrón de evitación limita tus oportunidades y refuerza la idea de que hablar en público es una amenaza. En lugar de superar tu miedo, lo alimentas.
Con la rumia pasa algo similar.
Rumiamos para aliviar la ansiedad, pero este hábito nos atrapa (y nos crea malestar? En lugar de encontrar soluciones, nos sumimos en una espiral de preocupación y estrés.
Este ciclo de alivio a corto plazo y malestar a largo plazo crea una trampa. Más rumia significa más atrapamiento, y más atrapamiento significa más rumia. Es un círculo vicioso que nos impide avanzar y nos mantiene estancados.
La rumia pueda parecer una solución rápida, pero es una solución temporal que causa más daño a largo plazo.
Pero, entonces, ¿es lo mismo rumiar que preocuparse?
No.
La preocupación se puede entender como pensamientos sobre problemas futuros que nos motivan a tomar acciones proactivas para resolver o evitar esos problemas. Es una respuesta normal y saludable que nos guía hacia comportamientos constructivos y terapéuticos.
Por otro lado, la rumia implica pensamientos repetitivos que no nos conducen a acciones útiles o proactivas. En lugar de ayudarnos a resolver problemas, la rumia tiende a generar malestar y mantenernos atrapados en un ciclo de pensamientos negativos.
Tratamiento
Un buen método para abordar la rumia es el análisis funcional. Este enfoque permite identificar que, aunque la rumia genera malestar a largo plazo, a corto plazo ofrece un alivio emocional que refuerza su continuidad. Comprender esta dinámica es crucial para abordar la conducta de manera efectiva y empática.
El análisis funcional, a diferencia del modelo biomédico (“rumias porque tienes un Trastorno de Rumiación”), se centra en la función de las conductas en lugar de clasificarlas como síntomas de un trastorno. Permite identificar no sólo las conductas problemáticas, sino también las situaciones y estados emocionales que las desencadenan y mantienen.
Además, el análisis funcional reduce el estigma asociado con las etiquetas diagnósticas al conceptualizar las conductas como "problemas" en lugar de "anormalidades".
Conclusión
Así que, la próxima vez que te encuentres rumiando como una vaca, deja un poco de hierba para el resto.
Recuerda que todos tenemos nuestro pequeño rincón de pasto mental donde a veces nos quedamos atrapados, masticando y remasticando nuestros pensamientos.
Entender que esta conducta tiene una función y que podemos abordarla de manera efectiva con el análisis funcional nos da una herramienta poderosa para mejorar nuestro bienestar mental.
Entonces, en lugar de dejarnos llevar por el ciclo interminable de pensamientos negativos, podemos empezar a reflexionar, a reconocer nuestros patrones de pensamiento, comprender sus funciones y trabajar activamente para cambiarlos.
Así que, ¡a rumi... digo, pensar!
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Excelente análisis sobre la rumia