Podemos dilucidar, grosso modo y de manera reduccionista, dos vertientes a la hora de afrontar la realidad. O todo es por mi culpa o todo es por culpa del resto. Vamos, lo que en psicología muchas veces se llama locus de control interno o locus de control externo.
La primera forma de afrontamiento suele estar muy ligada al individualismo exacerbado promulgado por propuestas neoliberales, donde parece ser que tienes lo que te mereces, que eres dueño de tus decisiones y responsable máximo de tus actos. Por supuesto, estos lemas llevados al extremo pueden ser muy peligrosos, como ya comentaba Daniel Palacino en la formación online de Los Peligros del Pensamiento Positivo que está disponible por la web de enGrama.
Esta forma de afrontamiento está también en la actualidad relacionada con el pseudo-estoicismo moderno, para el cual filósofos de la talla de Ernesto Castro dedican frases como la siguiente:
El estoicismo contemporáneo es hacer dominadas
Gurús y coaches que saben más de tu vida que tú mismo, te instan a levantar el culo de la silla y movilizarte porque nadie más allá que tú va a poder cambiar lo que tienes. Nadie te va a regalar nada y tienes que ser un maldito militar disciplinado alejado de todo ápice hedonista para lograr tus sueños y metas.
Estos discursos se erigen como la némesis de otros que son catalogados de victimistas y que se critican por instalarse en la queja o el sollozo llegando a hacer del sufrimiento un hogar y rebozándose en lo miserable de sus vidas una y otra vez.
PERO… ¿QUIÉN TIENE RAZÓN?
Eso no es algo que debamos dictaminar necesariamente nosotros. No somos jueces de la moral, solo profesionales de la psicología, pero sí podemos apostillar ciertos puntos con la intención de clarificar el asunto y que cada cual saque sus propias conclusiones:
La activación conductual es importante para salir de enredos, bucles y malestares. La motivación no surge de la nada y solo se encuentra mediante la movilización, transitando vías por las que se acaban encontrando reforzadores o fuentes de gratificación que amenizan la vida del individuo.
No somos libres. Es decir, hay leyes que rigen nuestra conducta. Sí, al igual que existe la Ley de la Gravedad y nadie se cuestiona por qué si tira una piedra hacia arriba va a caer y lo mismo le hace un chichón, también hay principios de aprendizaje que dominan todo aquello que hacemos en nuestra más burda cotidianidad. Que no seamos libres plantea diversidad de dilemas, ya que si no somos libres, quizá tampoco responsables de nuestros actos. Si somos fruto de las circunstancias y los contextos, no elegimos cómo nos vamos a comportar.
No tiene mayor sentido, desde un plano científico, buscar culpables en estos aspectos. O sea, si nosotros no somos culpables de lo que nos sucede, tampoco podemos culpar al resto como tal. Lo que acontece es fruto de la interacción del individuo con el medio, y al igual que nosotros estamos sujetos a unas leyes de conducta, a unas circunstancias y un contexto, el resto también lo está.
La queja no es algo baladí. Quejarse, enrabietarse, sentir molestia por alguna situación que se percibe como injusta, puede ser la llama que avive la movilización o el cambio. Todas las emociones que sentimos cumplen con una función y no son para nada desdeñables. Otra cosa es que nos quedemos a vivir en la queja, que nos enclaustremos en la rabia y hagamos del sollozo y el dolor un lugar aparentemente plácido donde vivir. Romantizar el sufrimiento, por necesario que a veces parezca, puede ser un yugo que constriña el porvenir.
El discurso meritocrático puede sonar muy bonito y justo, pero parte de premisas falaces. Entiende a los sujetos como seres alienados de su entorno y los sitúa en casillas de salida que parecen ser idénticas, obviando los obstáculos y rémoras que algunos van a tener que soslayar. Es decir, que si tenemos que disputar una carrera, tendremos que hacerlo en condiciones parejas o semejantes, no uno por el camino llano y apacible, y otro por una senda pedregosa, repleta de vallas, baches y cuestas. Si las condiciones de salida no son equiparables, no podemos aseverar que cada cual tiene lo que se merece.
Lo que funciona para alguien, puede no hacerlo para otro. Por ejemplo, a nosotros nos pueden parecer muy pueriles los discursos Mr. Wonderful que animan a ver la vida desde una gama de colores fosforitos, pero cada cual tiene su historia de aprendizaje, y eso que a nosotros nos parece burdo, puede ser pieza de movilización que arranque un cambio conductual en otros. De ahí que nunca debamos criticar algo por su forma, sino por su función. Siempre en psicología debemos analizar la función de cada elemento.
Dicho esto, que cada quien emplee su pensamiento crítico y abrace lo que quiera abrazar. Por nuestra parte, solo queda recomendar el curso de Daniel Palacino antes mencionado, al cual os podéis inscribir a precio reducido clicando aquí.
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