Imagina ir a una consulta de salud mental desesperado por respuestas, solo para recibir diagnóstico tras diagnóstico, como si tu vida fuera un puzle con piezas que nunca encajan.
María, de 27 años, sabe de lo que hablamos. A los 5 años, le diagnosticaron TDAH. A los 8, TOC. A los 15, TLP. Ahora, le han dicho que podría tener Altas Capacidades o incluso estar en el Espectro Autista. ¡Vaya lío!
"Es como si jugaran con mi vida, probando diferentes etiquetas a ver cuál encaja mejor," dice María frustrada. "Cada nuevo diagnóstico trae nuevos síntomas, tratamientos y medicamentos. Me siento como un experimento en constante cambio, sin solución a la vista."
Y no, María no está sola en esto. Muchos pacientes pasan por este carrusel de diagnósticos, sintiéndose perdidos y atrapados en etiquetas que no logran captar la complejidad de sus experiencias.
En el mundo de la salud mental, las etiquetas diagnósticas son el pan de cada día. Términos como Trastorno de Ansiedad Generalizada (TAG), Trastorno Depresivo Mayor (TDM) o Trastorno Obsesivo-Compulsivo (TOC) están en boca de todos. Los psicólogos y psiquiatras las usan para describir conjuntos de síntomas que suelen presentarse juntos, facilitar la comunicación sobre los problemas del paciente y guiar el tratamiento. Suena bien, ¿no?
El proceso es bastante sencillo: llegas a la consulta, cuentas tus penas, y el profesional de turno saca el DSM-5 o la CIE-11, y ¡zas! Te colocan una etiqueta. Este método permite categorizar y tratar los problemas de salud mental de manera sistemática y estandarizada. Pero, ¿es realmente tan perfecto como parece?
Spoiler: No.
Las etiquetas diagnósticas en salud mental son descriptivas, pueden ser útiles para categorizar síntomas y facilitar la charla entre profesionales, pero no sirven cuando se trata de tratamiento y comprensión profunda de los pacientes. Estas etiquetas se centran en los síntomas y no en las causas ni en los contextos individuales.
Imagina ser etiquetado de por vida con un "nombre" que describe tus peores días. Las etiquetas estigmatizan y encasillan, reducen a la persona a su diagnóstico.
Yo soy depresivo. Yo soy ansiosa. Yo soy TLP. Yo, bipolar.
Cada una de estas etiquetas trae consigo diferentes tratamientos, enfoques terapéuticos y, a menudo, una buena dosis de medicamentos. Y mientras, nadie te ayuda a resolver tus problemas psicológicos.
Y pronto esa etiqueta será tu identidad y determinará quién eres y cómo te comportas. Incluso familiares y amigos comenzarán a tratarte de manera diferente, basándose en tu diagnóstico.
Una persona diagnosticada con depresión puede ser vista únicamente a través del lente de su diagnóstico. Cada acción o emoción es interpretada como un síntoma de su "enfermedad" y la propia persona empieza a actuar de acuerdo con las expectativas negativas asociadas a él. Así, las etiquetas pueden convertirse en profecías auto cumplidas que impiden el verdadero progreso.
El falso alivio de un diagnóstico
Algunas personas sienten alivio al recibir un diagnóstico, pero esto puede ser una trampa. Llamar "depresión" o "TLP" a un conjunto de síntomas no resuelve el problema. Es como ponerle nombre a un fantasma: parece ayudar, pero no cambia nada. Los trastornos mentales no funcionan como enfermedades físicas; no hay un virus o bacteria detrás. Los síntomas agrupados bajo una etiqueta son lo que llamamos un trastorno, no al revés.
Este enfoque puede hacer que la persona vea su problema como algo fijo e inmutable, lo cual es una gran trampa. Creer que los trastornos causan las conductas de una persona lleva a pensar que si tienes un diagnóstico, estás condenado a comportarte de cierta manera. Este pensamiento es limitante y perjudicial, ya que refuerza la idea de que no tenemos control sobre nuestras acciones.
Los trastornos no son la causa de las conductas. Son descripciones de comportamientos, pensamientos y emociones que se presentan juntos, influenciados por una interacción de factores biológicos, psicológicos y sociales.
Pensar "tengo X, por lo tanto, me comporto así" puede llevar a una aceptación pasiva de los problemas. Resignarse a un diagnóstico es una condena autoimpuesta e innecesaria. Creer que un trastorno determina tu comportamiento puede llevar a evitar tomar responsabilidad, movilizarse o iniciar cambios positivos.
Cuando se gana en "libertad" de las etiquetas diagnósticas, también se gana en responsabilidad. Esta libertad implica reconocer que, aunque haya tendencias en el comportamiento, cada uno tiene la capacidad y responsabilidad de trabajar en sus problemas y mejorar. Dejar de justificar el comportamiento con el diagnóstico y buscar explicaciones y soluciones más profundas es un paso crucial hacia la recuperación y el bienestar.
Asumir la responsabilidad personal es costoso. Requiere esfuerzo, autoconciencia y compromiso para enfrentar y trabajar en los problemas subyacentes.
Pero el cambio es posible. Los trastornos no definen a una persona ni determinan su destino. Con esfuerzo y dedicación, es posible superar las limitaciones de las etiquetas diagnósticas y alcanzar un bienestar.
Olvídate de las etiquetas diagnósticas que solo te encasillan. La próxima vez que alguien intente encasillarte en una etiqueta, dile que no eres un producto en Mercadona.
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