Todas las personas lo hemos sentido en algún momento. De repente, sin previo aviso, se nos seca la boca más que un desierto en pleno verano. Las palmas de las manos se nos ponen tan sudorosas que parecemos haber estado remando por horas. Pero no se queda ahí la cosa, oh no... también sentimos esas terribles ganas de ir al baño que aparecen justo cuando te toca exponer frente a la clase.
¡Nuestro cuerpo nos odia!
Además, comienzan los pensamientos ominosos. "¿Y si me quedo en blanco?", "¿Y si todos se ríen de mí?", "Cielos, ¿por qué decidí estudiar esta carrera?".
Hablamos de esa molesta inquilina que todos hemos tenido alguna vez instalada en nuestras cabezas: la ansiedad.
Aunque sea un fastidio, la ansiedad es una emoción totalmente natural, que sentimos frente a un peligro y nos protege. Por si viene el león, como suele decirse. Imagina a nuestro ancestro prehistórico cuando veía acercarse a un animal hambriento. Gracias a la ansiedad, su cuerpo entraba en modo "¡Alerta! ¡Lucha o huye!". El corazón comenzaba a bombear sangre a mil por hora, los músculos se tensaban listos para la acción, y todos los sentidos se agudizaban para detectar cualquier movimiento.
Esa respuesta rápida e intensa permitió escapar, tener descendencia y así hasta hoy. La ansiedad era su herramienta de supervivencia.
El problema es que ahora los peligros son de otro tipo y, a veces, esta alarma se dispara sin motivo. No hay leones, solo compañeros de clase que te escuchan hablar de la revolución Francesa.
Aun así, nuestro cuerpo se pone en modo alerta y entonces comienzan a suceder cosas: taquicardias, mareos, tensiones musculares, revoltijo en el estómago… Y queremos huir, salir de allí, no tener que ponernos nunca en esa situación. Spoiler: no suele salir bien.
Hoy, un poco de ansiedad también nos ayuda cada vez que nos enfrentamos a algún desafío importante como exámenes, entrevistas de trabajo o citas a ciegas. Un poquito de esos nervios característicos nos pone en alerta máxima para estudiar, prepararnos y no quedarnos en blanco cuando llega el momento cumbre.
El problema viene cuando no controlamos a la ansiedad, sino que es ella la que nos controla a nosotros. Cuando esos niveles de estrés son desproporcionados respecto a la situación que se vive.
Suelen distinguirse varios tipos de ansiedad:
Trastorno de Ansiedad Generalizada (TAG)
Es como tener una nube gris permanente encima de tu cabeza. No importa qué hagas o a dónde vayas, siempre estás preocupado por todo: el trabajo, la salud, las finanzas, la familia... ¡hasta por si quedó mal cerrada la llave del gas! Esta ansiedad incesante es bien difícil de controlar y viene acompañada de molestias físicas como tensión muscular, inquietud, fatiga y pérdida de sueño. ¿Alguien dijo ojeras?
Ataques de pánico
¿Alguna vez has sentido que de la nada entra un miedo intenso e inexplicable, acompañado de palpitaciones, falta de aire, temblores y una sensación de irrealidad? Es un ataque de pánico, y es muy desagradable. Además, después puedes vivir con el miedo constante de que vuelva a ocurrir.
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Fobias
Cuando la ansiedad llega al ver una araña, una cucaracha, un perro, un espacio cerrado… Hablamos de fobia. Sabes que el ascensor funciona bien, pero solo pensar meterte en él te da ganas de ir al WC. (Casi todo el mundo tiene una fobia, aunque no suele limitar su vida cotidiana).
En el fondo, la ansiedad es una señal del cuerpo, y si no hacemos caso, pasan cosas malas.
En el plano físico, llegan los problemas digestivos que te dejan pegado al trono todo el día o los dolores de cabeza que parecen que te están taladrando el cráneo. También aparece el insomnio (por la noche) y la fatiga (por el día). En el ámbito social y familiar, esta saboteadora te puede convertir en un ermitaño aislado de todo el mundo por miedo a las situaciones que te estresan o en una persona amargada con mal genio que nadie querrá tener cerca por lo irritable que te pone la ansiedad.
En el trabajo o los estudios, la ansiedad puede fastidiar todo tu esfuerzo si la dejas actuar. ¿Cómo concentrarte y rendir si no dejas de preocuparte?
Pero quizás lo peor de ignorar a la ansiedad es que abres la puerta a que otros inquilinos indeseables. Tarde o temprano, la depresión toca la puerta. También hay riesgo de que te vuelvas adicto a fumar, beber u otras conductas para mitigar esos nervios interminables.
Así que ya lo sabes, a la primera señal de que esta inquilina quiere instalarse, pide ayuda. Te lo agradecerás.
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